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La calle le otorga al Acuerdo potencialidades que no tiene

El secretario técnico del Acuerdo Nacional, Max Hernández, reconoce que sin conflicto no hay democracia, pero que sin consenso tampoco, ni menos posibilidad de desarrollar políticas de Estado.

¿Cómo puede sobrevivir el Acuerdo Nacional (AN) en un año preelectoral, una coyuntura que no es un buen contexto para generar acuerdos, pues todos los actores buscan marcar diferencias?

Usted ha planteado el reto por excelencia del AN este año. El compromiso entre las fuerzas políticas, la sociedad civil y el Gobierno para explorar un programa compartido parecería estar en las antípodas de una coyuntura de confrontación. Pero fíjese, el Foro del AN acordó hace un mes un pacto de mediano plazo por la inversión y el empleo digno, que va del 2005 al 2011. La idea es que los partidos participantes de la justa electoral suscriban este pacto y así, quien salga elegido, aceptará estas normas de consenso que implican políticas de Estado para configurar un programa de desarrollo nacional.

La idea es entonces tomar un papel más proactivo en esta coyuntura electoral.

Nuestra tarea es establecer una suerte de estructuras antisísmicas para sobrevivir a los temblores que vendrán. Hemos dado la bienvenida al pacto electoral propuesto por el Jurado Nacional de Elecciones, creemos que es una plataforma básica. Los partidos deben tomar conciencia de que quien gobierne tendrá que hacerlo desde una plataforma conceptual de muy amplia base que esté dirigida al 2021.

¿Qué responde a quienes tildan el AN de ser un ente demasiado formal y burocrático?

En primer lugar, hay la idea errada de que el AN es una entidad del Gobierno, cuando es más bien un compromiso de todos. Debemos evitar que sea usado por quienes tienen una crítica al Gobierno y prevenir, a su vez, que el Ejecutivo se escude en el AN frente a su responsabilidad específica. El AN es un proyecto de transformación de una manera de enfrentar la política: pasar de una realidad bélica a otra cívica. Nos anima lo planteado en la política de Estado número 4; es decir, la institucionalización del diálogo y la concertación.

Hace unos meses usted dijo que notaba un divorcio entre lo que acordaba el AN y lo que resonaba en la calle. ¿Su percepción sigue siendo la misma?

Yo creo que sí. En la calle se exigen realidades inmediatas y le otorgan al AN potencialidades que no tiene y le adjudican fracasos que no debieran atribuirle. Por eso hay que iniciar una política importante de difusión de los logros del AN. Estamos explorando la posibilidad de suscribir un convenio marco con la Asamblea Nacional de Rectores para exponer en las universidades lo que deseamos hacer. Queremos también contar con el periodismo, que sepan que intentamos preservar un espacio de entendimiento y acumulación de capital democrático.

Su antecesor, Rafael Roncagliolo, al terminar su período, nos comentaba de su desaliento por los incumplimientos por parte del Gobierno. ¿No teme que esa sensación lo alcance también?

Eso nos preocupa a todos y estamos tratando de ver de qué manera podemos contribuir a que los acuerdos se cumplan. Es cierto que tiene que ejecutarlos el Gobierno, pero todos debemos facilitar la tarea.

¿No es una debilidad del AN no tener un modo obligatorio de imponer sus acuerdos?

Es cierto. El AN no tiene poder vinculante, su situación en el diseño constitucional no tiene cimientos sólidos, no tiene local propio y está acogido a la amplitud de la Presidencia del Consejo de Ministros. Pero en esa debilidad, como usted la llama, creo que está la posible fuerza del AN. ¿Sabe cuál es? El compromiso. Si nos hemos comprometido, cumplamos. Que la obligación fundamental estribe en que yo me comprometí a algo. Aunque igualmente creo que el AN debe estar vigilante para que las políticas se cumplan.

Ello suena bien. ¿Pero en la práctica no habría que buscar mecanismos para obligar al Gobierno a cumplir los compromisos?

Comparto su preocupación muy seriamente. Pero pondría un punto de interrogación en la palabra ‘mecanismo’. No creo que se trate de perfeccionar un sistema de sanciones u otorgar poder vinculante al AN. Creo que sí necesitamos tener claros los índices de seguimiento. El pacto de mediano plazo tiene como punto vital el seguimiento y para ello queremos la colaboración de diversas instituciones.

¿Es partidario de que el plan Pro Perú se discuta en el AN, como han sugerido algunos?

En diversas ocasiones varios representantes han creído importante discutir en el foro asuntos coyunturales y en algunos momentos graves el AN ha tomado posición. El problema es que la coyuntura puede hacernos perder de vista el largo plazo; sin embargo, a la inversa, fijarnos en el largo plazo, puede hacer a la ciudadanía pensar que el AN le quita el cuerpo a la coyuntura. ¿Dónde encontrar el justo equilibrio? Cuando nos llegue información oficial sobre Pro Perú consultaremos con las organizaciones participantes y, si hay consenso, se discutirá el tema.

¿Cuál es la principal autocrítica que le haría al desempeño de los integrantes del AN?

Ciertamente hay errores y probablemente me resultaría fácil señalar los que ha cometido cada uno, pero prefiero atenerme a mi función de secretario técnico y mantener neutralidad, porque ello implica una apuesta por la esencia del AN: la búsqueda de consenso y comprensión de las dificultades. Fíjese, la estructura neurológica del cerebro humano está mejor equipada para entender al otro que para entenderse a uno mismo. Entonces, es mucho más fácil encontrar la culpa en el otro que entender lo que nos pasa a nosotros. El AN es también un llamado a la exploración de la responsabilidad personal e institucional.

¿Que reputados psicoanalistas como usted, Saúl Peña y César Rodríguez Rabanal tengan ahora más presencia en el escenario político es un reflejo de lo enfermo que anda el país?

(Risas) La Sociedad Peruana del Psicoanálisis fue desde el comienzo muy abierta a la comprensión de los fenómenos sociales y culturales. Por lo tanto, no es en nuestra capacidad de ‘loqueros’ que se nos ha llamado, sino atendiendo a cierta capacidad de escuchar que nuestro oficio nos enseña y de entender qué razones hay incluso en la aparente sinrazón del otro.

El personaje

Max Hernández nació en Lima en 1937. Es doctor en Medicina de la Universidad San Marcos, diplomado en Psicología Médica por el Real Colegio Médico de Londres y miembro titular de la Asociación Psicoanalítica Internacional. Es fundador de la Sociedad Peruana de Psicoanálisis y codirector de Agenda Perú. Es secretario técnico del Acuerdo Nacional desde enero.

Francisco Sanz Gutiérrez
Fuente: El Comercio – OPINIÓN
Fecha: Domingo 20 de Febrero de 2005

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